martes, 1 de diciembre de 2009

Xenofobia y arte caminan de la mano

Fue un verano diferente; mi primer viaje en avión, el primer gran amor, los lazos más fuertes de amistad que nunca volvería a experimentar, etc. Aunque todo eso me marcó hay algo que llevando la vista atrás me hace hoy reflexionar, darme cuenta que las paranoias mentales se curan con terapias de choque.

Contaba con 18 años cuando decidí embarcarme en aquella aventura que me llevaría a pisar por primera vez el continente africano, cierto es que me dirigí a uno de los países más avanzados del norte de África y en compañía de decenas de jóvenes de diversos países de Europa, algo que suavizaba bastante este reto. Túnez, y más concretamente la ciudad de Sousse al este del país, me acogió con los brazos abiertos.

No sólo conocí tunecinos que nunca olvidaré, durante más de una semana pude intercambiar experiencias culturales con todos los participantes; autóctonos y visitantes, que como yo, no apostaban mucho por esa mezcla África-Europa, por lo menos esperábamos chocar en muchos aspectos, algo que nunca pasó y si así fuera, estábamos en ese lugar y en ese momento para aportar nuestro granito de arena.

Caminábamos por la ciudad de Sousse, jugábamos en la playa, realizábamos actividades artísticas o incluso elaboramos nuestro propio periódico, comprábamos en los zocos mientras se escuchaba la llamada a la oración, pudimos visitar lugares de gran interés como El Djem (nada que envidiar al Coliseo de Roma) o la ciudad de Sidi Bou Said (la Ibiza tunecina), éramos felices sin pensar en nacionalidad, religión ni en cualquier otro motivo que pudiera frenar lo que sentíamos en nuestro interior. Mezquitas con minaretes nos rodeaban, pudimos visitar alguna de ellas de igual modo que podríamos haber visitado la Catedral de la Almudena en Madrid o el Templo luterano de Helsinki.

Toda esa historia que viví y las emociones que recorrieron mi cuerpo, en un verano en el que pienso que maduré brutalmente en tan solo 10 días, son simplemente una forma de mostrar el poder de la unión de culturas, la sana tolerancia y el compartir experiencias y opiniones para alcanzar un objetivo común; la realización personal a través del intercambio cultural.

Y ahora me despierto, varios años después, y desde mi ciudad, en el sureste español miro hacia la Europa con la que comparto muchas leyes, y cada día más, la Europa con la que sé que algún día alcanzaré de nuevo muchos de los sentimientos que me produjo la experiencia de Túnez.

El reciente referéndum impulsado por el Partido Popular Suizo, metido a promotor artístico, en el que pretende decidir sobre “Miranetes SI, miranetes NO” apoyándose en una sociedad que aún no ha abierto los ojos y no ha sido formada sobre los valores de los Derechos Humanos y el respeto a otras culturas y religiones. Paradójica es la decisión adoptada por suiza si tenemos en cuenta la cantidad de suizos que visitan enclaves turísticos del norte de África, donde en muchos de ellos no tienen ninguna Iglesia católica para poder seguir practicando su devoción pero tanto o más delito tienen el Partido Popular Danés o la Liga Norte italiana, que apoyan el resultado de la votación (anti minaretes, por desgracia) y proponen que se lleve a cabo también en sus territorios.

¿Qué sería de Bélgica, corazón de la nueva Europa, sin su numerosa población de origen musulmán? ¿Qué sería de los campos y costas españolas sin sus agricultores y pescadores que rezan a Alá? La solución es, sin duda, una combinación entre los derechos de los ciudadanos de cada país y las religiones que profesan en su intimidad. Si por mí fuera; ni mezquitas de Alá, ni catedrales de Jesucristo, ni templos de Buda.

Ya que la religión, arte y costumbres no son compatibles con mis ansias de destrucción y, además confieso que me gusta dejarme caer por edificios religiosos en mis frecuentes viajes (pero aviso, por mera motivación artística), también me gustaría poder visitar en Europa mezquitas con sus llamativos minaretes, o mejor, ¿y si levantamos estas últimas junto con iglesias católicas? Quizá daría como resultado la Mezquita-Catedral de Córdoba, un ejemplo de que el arte y las religiones (aunque lamentablemente enfrentadas) pueden unirse para ofrecer a nuestros ojos un maravilloso regalo.

Interesante contraste arquitectónico en la Mezquita-Catedral de Córdoba
(fuente: infocordoba.com)

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